domingo, julio 2

el.roble*

Todo comenzó aquella tarde... mientras el aire me cantaba y yo le
bailaba, mientras intentaba arrancar una bellota de una rama que
danzaba en las alturas. La rama iba y venía como el péndulo del reloj
que oscila sin detenerse, como el amanecer y el anochecer de cada día,
y yo con mis saltos que no lograba sujetarla entre mis pequeñas garras
de ardilla. El día transcurría y yo no me daba por vencido, el aire
reía de mis intentos fallidos y el enorme roble me decía que nunca lo
lograría mientras no aprendiera de mis errores. Fue en eso, cuando del
árbol de encina vecino me gritaron:
-¡¿Porqué no permites que se desprenda sola?!-con un grito que
desgarraba la garganta de cualquiera-.

Permanecí inmóvil por un momento, intentando reconocer la
voz extraña que me resultaba familiar. Giré mi cabeza hacia el árbol
de encina, buscando con mi mirada aquella ardilla que me había gritado
de semejante manera. Examinaba cada rama, cada sombra, cada hoja sin
encontrar nada. De pronto, el movimiento de una cola peluda color
castaño con rayas blancas y negras saltó a mi vista, de inmediato
corrí hacia ella, después de dar unos cuantos saltos entre las ramas y
bajar del árbol en el que me encontraba.
-¡No te escondas! ¡Quiero saber quién eres!-grité mientras corría-.

Esquivaba en mí andar varios pedazos de ramas y viejas cáscaras de
bellota. Corrí hasta adentrarme en la sombra de aquella enorme copa de
encina, empecé a buscar alrededor, sin hallar el más mínimo rastro de
que alguna ardilla hubiese estado ahí antes. Todo fue demasiado
extraño.

¿Qué ardilla era capaz de ser tan rápida como para haber podido huir
de la persecución? No podía ser cualquier ardilla… esto llamó mi
atención.

En aquel momento me olvidé de la bellota y estuve recorriendo la
pradera en busca de alguna pista que pudiera guiarme al escondite de
aquel ser extraño. La pradera era un hermoso y enorme lugar de
dimensiones infinitas, era más que un hogar, era mi universo.

Si mi vida hubiera sido clasificada en aquellos momentos, lo más
seguro es que me hubieran colocado en las cantidades escalares
apartado de los vectores, mi existencia era un círculo del cual no
podía salir, cómo estar dentro de un carrusel en una feria y no poder
bajarse del caballo por miedo a caer y no poder levantarse, era la
montaña rusa más aburrida del mundo, sin subidas y bajadas,
despertaba en la mañana en busca de la bellota más dura del bonche
que se acumulaba cada noche, la pelaba minuciosamente y comía hasta
saciar mi apetito. Corría por el campo, visitaba otros árboles
tratando de no alejarme demasiado y regresaba para la puesta del sol.
Buscaba mi lugar predilecto para dormir, el cual comprendía un agujero
enorme, hecho por el pájaro carpintero más terco que jamás haya
conocido, a la mitad del grueso tronco del árbol y un cúmulo de hojas
que lo hacían el lugar más cómodo de toda la pradera. Esta era mi
vida, pero el suceso de esté día cambiaría, o al menos eso creía, mi
existencia.

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